LA IDEA. MODERNA El redomo parlante Uq periódico inglÓB, publica ia cariosa historia que á coutiuuacióu ¡usertamoa, re. ferida i ano ssol«s lín las snbslternas la recauJaciún aseen - dió i» l6.üa&-05. Una comisión del ayuntamiento de Sanlíagn ha visüadj en Lfiur'iZán al Sr. Mu» tero Uíos. Ha fnlle"-ido en al Ferrol el segundo tomento 'le infanleria Ü. Gonzalo Lupez Rodríguez- til fliindu liabi» regresi'io de Cuüj, 'Ionde parmine^ió U(d« la c mpafis, ha e próXi'nHinen'.e tre^ mese^, y en la cu»l adquirió la terrible eufermeJad, que le llevó fl Jü tumba. En la CorutU fué detenido el francés Emilio llochefort, conu aulir del robu de vurias pren (as Je ropa cu una casa de la ca))e del cernen lerio. 11« sido Irasledado a Castellón de Ih Plana el ín-peclorde vigíluucia del Ferrol don Koberlo M L(íres Parí sustituirle fué nombrado D. Anto nio López. El sóbado inauguró sus [áreas en el teatro Tambedick de V>go la compnñta infantil del Sr Bosch, con las obras «El tambor de granaderos, i «El dúo de la Africanan y «Cuadros disolventes.» •aiHaciendo ejercicio de revólver en la academia de ¡Dgüir.eros de Guad^laj ara et joven tudeiise D. Kafael iluibnl Leiras, luvo la mala suerte de herirse en una pierna. La bala le fué extraída. El alcalde de Ferrol ¡is romilido»! presidento 'lu I" saijci^ti lie iiíln lo y Gi-aciu y Justi-iia del Consejo lio Estado una fulogrufia dul busln de U " Üijncep'iió'i Araño I, que regaló al ayunta mi enl-j un escullo i- do Vigo. Diariamente llogíii al muelle dol Ferro! diversos e.aiTite do mineral de piriti arsénica), procedoute de las rmuas Josefinas, dt¡ Vaidoviüo, para ser embarcaJo cuu deslino á Ambares. La .tumba de! barón El barón de Saiut Antheme era hace algunos años vicecónsul de Francia en un puerto de las ludias, cuyo nombre no hay necesidad de citar. El agente diplomático vivía en compañía de su mujer y de su madre, mujer de pésimo carácter, que andaba aiempre á la greña con su nuera y hasta coa su propio hijo. La hermosa Ernestina había abrigado la esperanza de que el mortífero clima del país le devolvería la paz de bu hogar. Pero no fuó así. Al cabo de dos años la suegra estaba mucho lüojor deán salud, mientras que el vicecónsul había contraído una enfermedad del corazón que ponía en peligro su existencia. L* mujer, por su parte, se desmejoraba de día en día, presa de uu mal desconocido. Por lo demás, los dos se adoraban y contituian un excelente matrimonio. Al fiu fué preciso regresar á Francia, y la familia tomó pasaje en un buque inglés. Las dos señoras se instalarou en uu camarote, y Saint Antheme, en un departamento inmediato, en compañía de un compatriota suyo, llamado Juan Questembert, que regresaba á su país después de haber realizado uua gran fortuna. El tal eugeto era intimo amigo de los Saint Antheme, á los que llegó 4 profesar un verdadero culto. Quería al marido como á un hermano, se había enamorado locamente de Ernestina y odiaoa con toda su alma á la suegra, que le devolvía su odio con usura. Los cuatro inseparables partieron juntos. Durante los primeros días do viaje ol vicecónsul experimentó alguna mejoría; pero su mujer iba empeorando visiblemente. La buena se&ora no Balín nunca de sa camarotei y lageate de á bordo se preguntaba si podría llegar á Nápoles, donde la familia pensaba desembarcar. El menor ruido la hacía temblar y lo menor emoción la dejaba por espacio de largo rato sin pulen y sin voa. En Aden, donde se detuvo el buque para tomar carbón, el cónsul y su amigo saltaron en tierra, y oomieton en eí oqq¡íu~ • lado, • ' A media noche resrosarou á «Pérsico», que se hizo á la mar á- ios pocos minutos. Los dos amigos se acoatíirou sin molestar é nadie. Al amanecer, Joan Questembert, que no podía dormir, notó que su compañero estaba, inmóvil y yerto. La ruptura de un aneurisma le había privado de la vida á poco de haberse acostado. Solo, al lado de aquel cadáver, Juan so paso á meditar acerca da lo que debía hacer. Dar parte á Ernestina era matarla en el acto. No había más remedio que ocultarle á toda costa lo ocurrido. Questembert cerró con llave el camarote y corrió á pedir consejo al capitán, y darle cuenta de lo que pasaba. —La cosa no puede ser más sencilla— contestó el marino. — Mientras duermen los pasajeros, vamos á sepultar en el mar el cadáver de Saint Áiithniue, siempre que obtengamos antes el -ccrtiScado del médico, — Pero si su iufeli? mujer... — Por de pronto, le diremos que á su marido se le escapó el vapor eu Aden. Después, eu Francia, se las arreglará usted como pueda. No tenemos tiempo queperder. Al cabo de una hora fue arrojado al mar el cadáver de mi amigo, con todas las prescripciones de ordenanza. A las diez- de la mañana entró Juan Questembert eu el camarote de la viuda. — ¡Vaya cou Ja aventura!— exclamó. — ¿No sabe usted lo que pasa? -No. — Pues sepa usted que su marido se quedó ayer en tierra, eutretenido con su colega y que partimos sin él. Pero puede usted estar tranquila, porque tomará el próximo vapor correo. Yo la acompañaré á nsted hasta París. En Nápoles, donde desambarearon, supuso Juan que íiabia recibido un telegrama de Saiut Antheme, anunciándoleque llegaría á Francia oou ocho días de retraso. Pero una vez transcurridas dos semanas, fué preciso notificar á Ernestina que se había quedado viuda, ■ Para disminuir el horror de ciei'tos detalles, Questembert le dijo que el vicecónsul bahía llegado gravemente enfermo á 'Nápoles, donde había muerto & las pocas horas de haber saltado eu tierra. — ¡Quiero poseer su cadáver!— exclamó la vioiiu — p:irii enterrarlo en el jardín, eu ol sitio que mi pobre murido había designado para que le erigieran su tumba. ¡í£t cadáver de Saint Antheme! ¡Sabe Dios donde paraba en aquel momento! 'Questembert hiao varias objeciones, asegurando que los restos mortales do su amigo yacían en el cementerio de Nápoles eu uua elegante sepultura, rodeada de magnificas obras de arte. Ernestina insistió en su propósito, y tuvo una crisis nerviosa al verse contrariada con tanto insistencia. En vista de esto, Juan procuró tranquilizar á la viuda y partió para Nápoles. Al llegar & la gran ciudad, fué al hospital y compró por una friolera el cadáver de uu malhechor. Provisto luego de todas las pruebas necesarias y mediante algunos sacrificios en dinero, regresó á Francia cou su bandido, perfnetamente encerrado eu tres ataúdes, Según exigen los reglamentos. AoompaSado de todo el clero parroquial, los restos mortales fueron trasladados desde la estación á ¡a finca de Saint Antheme. Eu el cortejo figuraban ia viuda y su suegra, inundadas de lágrimas. El íaiao barón fué enterrado en el jardín á la sombra de un copudo árbol. La viuda hizo construir después uua capilla, á la que iba á orar'cou frecuencia. Cuanto á la madre, furiosa á causa del testamento de! difunto, desapareció a! poco tiempo, reñida á muerte con su nuera. Al cabu de un aüo, según habrá adivinado el lector, Juan Questembert se nuia en matrimonio con Ernestina, consolada en absoluto y completamente restablecida. El matrimonio se celebró eu París, yá los pocos dius de la ceremonia los esposos regresaron á la quinta. Antes de entregarse al descanso Questembert y su esposa salieron al balcón k respirar la embalsamada brisa. A doscientos metros do distancia se hallaba uua capilla gótica, iluminada por la luna. Ernestina tuvo miedo y no permitió que su marido la acariciara, á fiu de no profanar la memorúi dal difunto. Al día siguiente se atimeníaroo sus temores y se entabló una viva discusión entre los dos cónyuges. — Bao es una necedad — decía Juan Questembert — uua tontería injustificable. — No lo creas — contestaba Ernestina — he sido una infitme, una traidora y no hay perdón para mí. —¿Pero vamos á estar así toda hi vida? ■ — No. Trasladémonos á otro punto á donde no pueda llegar la maldición dei muerto. ' — Pues si estamos biea aquí y el clima ta prueba udmirablemeote. —No quiero estar tan cerca de mi primer marido. Questembert adoptó al fin el partido de confesárselo todo á su mujer. — Oyeme — le dijo— y no tomes á mal el secreto que voy á revelarte. Cuando Saint Antheme se separó de nosotros tan bruscamente, no te hallatm en estado de soportar una emoción violenta. Temiendo por tu vida, te hice creer que habla exhalado el último suspiro eu Nápoles, Pues bieu; no hay nada de eso. El desdichado murió en el buque, en el camarote inmediato al tuyo, á poco de haber salido de Aden. — ¡Dios mío! — exclamó Ernestina con la cabeza entre sus manos. — De modo qué... — Sí, fué arojado a! mar. — ¿Y ese ataúd que yo misma he visto y he regado con mis lágrimas? —¿Quieres ver la partida de defunción de Saiut Antheme, escrita por el capitán del buque, firmada por él y dos testigos? Juan tranquilizo á su mnjer y le refirió toda la historia, desde ¡a muerté del vicecónsul basta la solemne ceremonia tributada al bnudido uapolitauo. Al cabo de un año murió la baronesa de Saint Antheme, ordenando eo su testamento que la sepultaron al Jado de su hijo abandonado y vencido por una ingrata. Questembert accedió al deseo de la qae había sido madre política de su mujer, y á pesar de las protestas de Ernestina, él mismo dirigió la fuuebre ceremonia. Después del sepelio, dijo á su esposa. —No tiene nada do particular que una mala suegra repose eternamente al lado de un bandido. ¡Allá se van la una y el otro! León ce Tisseac. Bibliografía Hemos recibido con atenta dedicatoria, un ejemplar del libro titulado ha Compañía familiar ijallcja, escrito por D. iManuel Montero Lois, doctor en derecho y aspirante á la judicatura. Es obia que merece detenida lectura. El Hr. filoutero Lois describe coa rerdadet'ü lujo de erudición las distintas manifustncioues de las comunidades de familia y su desenvolvimiento eu lu península, y estudia eou especialidad la Compañía galle(¡a,, refutando con brillante;; l:i opimonde los que niegan su existencia legal y la de ios que sostienen que dejó de ser desde la publicación del nuevo código. Y demostrado esto, precisa con claridad los ulemeutos que la forman, la mauern de constituirse, sus efectos jurídicos y el modo como se disuelve. Hespecto á la importancia de la Compañía la cousidera el Sr. Montero Lois tan grande, que cree y mantiene que esa institución debe elevarse, en las ulteriores reformas dal Código civil, á la categoría de derecho escrito, dándole carácter general y satisfaciendo de tal modo las aspiraciones que despertaron la ley de Bases y el Congreso jurídico de I88ti. Ei Sr. Loig muestra extraordi caria aompeltmcia eu ei asunto que trata, y su trabajo expone más completamente que cuantos sobro la misma materia se hau publicada basta ahora, lo que fué, es y debo ser la ContpaHÍa familiar gallcja. El libio del íir. Montero Lois, que revela talento y saber y está, además, muy bien escrito, es, pues, de mérito indudable. Ueciba el joven e ilustrado autor nuestra felicitación sincera. Hemos recibido el tercer número, correspondiente á este año, que es el segundo de su publicación, del semanario madrileño í-a Dttjtínsa Mercantil, que contiene el siguiente sumario: Adverteucia importante. — Bancos agrílas. — Crónica. — Disposiciones oficiales: Ministerio de la Gobernación. — Ministerio do Hacienda: Acuerdos del Tribunal gubernativo. — Ministerio de Gracia y Justicia. — Ministerio de Fomento. — Consejo de Estado. — Tribunal Supremo. — Importación de vinos. — Sección agrícola. — Cámaras de comercio. — Comuuicaciooes, tarifas transportes. — Constitución de sociedades. — Subastas y concursos. — Mercados: Interior,— -Suspaiisionus do pagos y quiebras. — Correspondencia. — Noticias varías. — Bales órdenes autorizando la información oficial para el oBolatiu.» El número que Blanco y Xegro pone á la venta esta semana es de uua variedad absoluta eu su parta artistico-literada y da notable interés en cuanto á sus origínales de actualidad. Tras una hermosa portada de Méndez Briuga titulada nEI vals de la moda», comienza el número con el VI articulo de «Cosas de itmemoi, original de Benaventa