10 4fio XV PONTEVE PERIODICO LIBERAL PRECIOS DE SUSCRIPCiÓN En Pontevedra; un mes. an« p^seU.— Firra cuatro pe«ela«* al trimestre adelantadas.— Ultramar y extranjero, trimestre nueve poei**. C- di man » de 25 números para los tendedores, rfi> e^nriuí»-* adelantados. La Correspondencia al director del perió^ic^. RRT ACCION Y ATWCW.. CALLE DE RIOSTRA 8 Jueves 2 de Junio de 1898 ANUNCIOS En tercera ó cuarta plana 5 y S cénlltno^ re» pectivamente, según sea, sencilla ó doble. Comunicados y reclamos S55 «éullmos línea sen cllía. Esquelas de defunción tamaño corriente 5 peseti s ne media plana 30 Idem. Nu^n. 4.153 DE ACTUALIDAD Ahora que se habla tanto de los bombardeos por hallarse expuestas á sufrirlos nuestras plazas de Cuba y Ipilipinas, conviene que la prensa dé á conocer una vez más el verdadero valor de esas operaciones de guerra, calificadas por los técnicos como de íercera ó cuarta clise. El bombardeo puede dirigirse contra las obras de fortificación que defienden una ciudad ó posición ó contra el caserío de las poblaciones. Lo más frecuente, cuando de plazas fuertes se trata, es que se dirija contra obras y caserío á la vez. Dejando ahora aparte todo lo que se refiere á la guerra terrestre y concretándanos á la marítima ó sea albotnbardeo de puertos por escuadras, hay que hacer notar ante todo la ventaja que tienen las baterías de tierra sobre los buques siempre y cuando que estén dotadas de cañodcl suficiente alcance. Las baterías modernas, sean acasamatadas, con cañoneras, ó embrasuras, ó á barbeta, ofrecen, por lo general escasísimo relieve. Puede decirse que están consti tuidas por una masa de tierra de considerable espeor, tras déla cual permanecen ocultas las piezas. Así presentan muy poco blanco; una faja de dos ó tres metros de altura, apenas perceptible sobre la playa cuando se la ve desde los cuatro ó cinco kilómetros de distancia á que se colocan los buques. El tiro de éstos, por exacto que sea. no lo puede ser nunca como el de una batería terrestre; el balance producido por el oleage; el movimiento del barco, que no puede permanecer inmóvil, so pena de ofrecer un blanco fijo á los disparos de la plaza y otras causas, hacen que iea muchísimo mayor el número délos proyectiles que caen fuera de la batería que el de los que dan en ella. De éstos los que lo hagan entre los revestimientos de tierra que las cubren podrán producir deformaciones, pero no inutilizarán la obra; y solamente los que penetren en el interior serán los que desmontarán cañones y matarán artilleros. Mas, separadas entre si las piezas por espesos íraveses, el daño producido en una pieza y su servicio no afectará á las otras de la batería. Los buques, por su organización más delicada y su mecanismo más complicado, si bien merced á la co^za, no sufrirán los efectos de muchos de los proyectiles que les alcan¬ cen; en cambio, cuando alguno penetra en ellos pueden ser echados á pique, volados, ó por lo menos, sufrir tan graves averías que no les permitan siguir combatiendo. Así es que, entre baterías de buenas condiciones, aunque sean provisionales, esto es, construidas de tierra y bien artilladas, y una escuadra poderosa, la ventaja es de parte de aquellas. Respecto al casco de la población bombardeada, el efecto varía, comenzando por ser más moral que material. El jefe que ordena un bombardeo busca, ante todo, deprimir el ánimo de los habitantes para que éstos amedrentados por la pérdida de vidas y haciendas, hagan presión sobre el gobernador de la plaza, obligándole á capitular. De aquí que, aunque sea crueldad, se procure evitar que salgan las mujeres y los niños, sobre los cuales ha de| producir más impresión el bombardeo. En Filipinas como quiera que en las construcciones enira mucho la madera, caña y otros materiales de fácil combustión, el bombardeo puede producir el incendio total de una población, pero dado el modo de ser de las de aquellos países, no por eso se verá obligada á capitular. No se debe echar en olvido tampoco que la dotación de proyectiles que llevan los buques no es inagotable ni mucho menos, así como tampoco es ilimitada la resistencia de sus cañones. Y, para terminar: he aquí algunos datos de bombardeos de plazas extranjeras, en los que se ve que el resultado no correspondió nunca al esfuerzo de los atacantes: En 1870-71 el bombardeo de 5^?fort duró setenta y tres días; fueron disparados contra la ciudad 99.453 bombas, que mataron á 60 personas. En Strashurgo hubo treinta y ocho días de bombardeo, lanzando los alemanes 193.722 bombas; murieron 300 personas. Por fin, en París, en veintitrés días de bombardeo disparándose 10.000 cañonazos por los alemanes murieron 107. Por 302.175 cañonazos fueron en estas campañas muertas ó heridas 467 personas. Sin embargo, la historia nos demuestra que por ese procedimiento se han obtenido casi siempre pocos resultados. Muchas ciudades han resisiido tranquilamente largos bombardeos. Sin buscar ejemplos, fuera de España tenemos aquí el de Cádiz, en 1.812; los de Cartagena y Bilbao, en 1873 y 1874, y algunos más en que se desmostró como entales operacionos de guerra es, cual suele decirse más el ruido que las nueces. LINEAS AMENAS O OS HÜOBES Como ligera mariposa que revolotea de flor en flor, Lolita iba de un lado para otro, aumentando el desorden de su o-abinete: á reces coeía un estuche, que no llegaba á abrir porque estaba cansada de ver la pulsera que encerraba: miraba á veces los irisados tonos del nácar de un abanico, y otras, con cariñosa complacencia, comtemplaba los primorosos bordados de las prendas de su equipo, llenas de encajes tejidos por ella misma para no sacrificar á su padre, que trabajaba con más constancia que fortuna. ¡Cuantos recuerdos é ilusiones se agolpaban en su mente! Se le representaba Mario con su elegante uniforme de guardia marina como la primera vez qne le vió en San Sebastián cuando regresaba de dar la vuelta al mundo en la Nautilus\ pensaba en el día en que por fin se descubrieron sus amores; recordaba la terca obstinación de los padres de él y la conducta quijotesca del suyo, que 1^ prohibió quererle y hasta acordarse de que existía, las luchas del joven entre el deber y el amor y, por fin, la tarde en que el almirante Zumaya, triunfando de preocupaciones aristocráticas, vino en persona á pedir al doctor Salacegra la mano de su encantadora hija, palabras textuales que escuchó detrás del pesado portier del despacho. Desde aquel momento la dicha era su esclava. Mario, destinado al ministerio de Marina merced á altas influencias, ideaba cada día un plan más hermoso para el porvenir, y como si esto no fuese bastante, en su lucha de niña, visitada en otro tiempo por las ofrendas de los Reyes Magos y por las dádivas de su padre guardaba un tesoro; el regalo de su madrina, aquel billete de mil pesetas que iba á convertirse en lujosas galas para su equipo de novia. ¡Qué feliz era! ¡Cuánto no la querría aquel loco de Mario cuando, después de haber pasado juntos toda la tarde, le había entregado al despedirse, con la precaución de otros tiempos, un billetito que decía: «Como última favor, quizá, te pido que te asomes al balcón esta noche á las doce. No falces por nada ni por nadie. > Y al í estaba esperando á que el pesado del reloj se cansase de dar sobre la esfera tantas vueltas como daba ella en su cuartito hasta que los minuteros se dignasen señalar la media noche. 11 Este llegó por fin. Dolores abrió de un golpe el balcón y se precipitó en él, tronchando las plantas que convertían en jardín los antepechos de aquel entresuelito de la callé de Valverde. Mario esperaba rígido é inmóvil; contestó al franco saludo de ella ^on frases breves, cortadas, y aunque Lolita comenzó á hablar con locuacidad bulliciosa de ilusiones y proyectos para el porvenir, continuó impasible. Al oiría creia escuchar los gorjeos de un pájaro que hablaba de arnor entre las .flores; crda ver la artística Italia, donde pensaban dirigirse después de la boda, siendo el albergue de dos locoi qu^, pensando en su di cha ^ navegaban incansables en las ligeras góndolas de Venecia ó cruzaban indiferentes ante las maravillas de pompeya y de Roma sin que les sacasen de su arrobamiento las ruinas del P'oro ó el destruido anfiteatro. —¡Qué lejos estaremos de Madrid dentro de un mes! — exclamó Dolores tras breve silencio, — La verdad es que este phzo, con ser tm corto, va á parecemos eterno. =Sin embargo, vengo á prorrogarlo indefinidamente — replicó el jóven, con la decisión enérgica del que cumple un penoso deber; y viendo que Lolita no le interrumía como él hubiera deseado, para no escuchar sus propias palabras, prosiguió: — Nuestra boda es imposible, por ahora al menos. En el alma ingenua y candorosa de niña surgió la duda, excitada por los celos y el dolor. Tenían razón las monjas de su colegio: todo era hi*mo, todo mentira, y los hombres tan malos, tan volubles, como decía sor Imélda. — ¡Que desgraciada soy! ;xcla- tnó sin poder dominarse — No me atormentes más y dama el valor que me falta para cuinp ir una obligación sagrada. Ya aabes lo que ocurre; sólo se escucha por todas partes el grito de ¡guerral Ante los infortunios de la Patria, (¡qué español permanece indiferente é inactivo? Lolita sintió el alma llena de temor, casi de envidia, al adivinar en el corazón de Mario otro amor más sublime, más puro que el suyo, al comprender que no bastaba tomar parte en tómbolas y rifas ó lucir lacitos de colores nacionales en las fiestas patriótiras para ser buena española. El prosiguió con vehemencia y entusiasmo: — Creería deshonrar el uniforme de marino y el nombre de mi padre si, valido de su influencia, no tomase parte en la lucha POuién, al ver á su madre ultrajada, esperaría á que'un mandato oficial le ordenase defender su honor? Pero casi te insulto alegando razones: una mujer española no necesita que se la convenza de que estando la Patria en peligro soñar con dicha es un crimen y estoy seguro de que tú misma me di.