(De nuestro Redactor-corresponsal en Galicia) i Un paralelo. — Lo que es nuestra política y lo on nuestros políticos. —¿Hay díputa- >llanr>c7 — I o . .¿ : _ -i _ ,_ que sot. ..Mww«. ww h'um.iwa. — c n ay Diputados gallegos?— La utopia de la regeneración. N ía actualidad polítca de Éspaña se está produciendo un fenómeno, no nuevo ni extraordinario, pero que en virtud de su misma frecuencia, de su constante reproducción, es interesantísmo y habla á mi espíritu gallego con aquella luminosa elocuencia capaz de dar al traste con todos los platonismos y todos los fanatismos de raza que hacian alentar en mi alma las esperanzas de redención. Trátase de la política catalana. En una de mis cartas anteriores, os hablaba de mi opinión acerca del genio catalán en la intelectualidad española. Esta superioridad-sea porque todas las manifestaciones de la vida social se integran de un modo recíproco, -tiene su complemento en la superioridad de la política catalana dentro de la política general de España. En esto he de hacer una aclaración. Voy á establecer un paralelo, del cual-de antemano lo digo-he de deducir la superioridad de la política catalana; nadie entienda que quiero referirme á esa política mezquina, personal, de feudo, al uso de esta tierra; no. En Cataluña, como en Galicia, como en todas las regiones de España-triste realidad del sistema pseudo constitucional en que vivimos — hay caciques y odios y miserias; que aquí sean más ó menos que allá, no he de investigarlo. L,a base de mi exámen está en la consideración de que si en Cataluña hay caciques hay también política elevada, noble, generosa, civilizada; y en el resto de España, especialmente en Galicia, sólo hay pequeñeces, rivalidades de índole animal; sólo caciques. Hoy en el parlamento se plantea el problema de las Mancomunidades catalanas. Fijáos en este fenómeno; cada vez que una cuestión de índole regional, —muchas veces afecta también á problemas de carácter general, véase la intervención de Cambó en las reformas planteadas y propuestas por el partido conservador en su última etapa, — cada vez que una cuestión regional, repito, preocupa á la representación de la nación en Cortes, indefectiblemente ha de ir unida al nombre de Cataluña. ¿Es acaso que en las demás regiones no ocurren conflictos sociales, no se plantean problemas que requieran la atención de nuestros representantes en el Parlamento? No; lo que sucede es que ninguna región excepto Cataluña, se halla representada en Cortes. ¿Dónde están, donde se sientan los diputados de Andalucía, los de Castilla, los de Asturias y Galicia? ¡Ah! Yo sé donde se sientan; los he visto mil veces desde la tribuna de la Prensa; he conversado con ellos en los pasillos de las Cámaras, y os conozco porque sé que este es el que mango¬ nea en tal provincia, y que aquél, es el que por la determinación de su santa voluntad, reparte con las comodidades del divinísimo artículo 29 de la ley electoral, las actas de los diputados de otra provincia; pero nada más. Fuera de eso, ni yo, ni el país, ni nadie sabe que son andaluces, castellanos, asturianos ó gallegos, porque su voz, que airada resonó mil veces para defender sus pretendidos derechos de señor feudal, puestos en duda sus chanchullos y trapisondas electorales, jamás se alzó para defender los genuinos intereses de la región. ¿Qué diputados gallegos han llevado en unión colectiva, generosa y altruista, á la Cámara la cuestión de los foros, la cuestión agraria, la cuestión pesquera, la cuestión emigratoria, una, en fin, de las mil cuestiones y problemas que interesan á Galicia? ¿Quién, cómo, ni cuándo se habló de diputados gallegos? Sí; de D. Eugenio Montero Ríos, el político gallego por antonomasia se habla con frecuencia, pero no por sus campañas en pro de la región, ni por los favores que le ha dispensado desde los altos puestos que ocupa, ni siquiera por su casi legendario saber que le ha dado fama de canonista; se habla de él por lo otro; por la característica de la mezquindad caciquil, de las pequeñec-s, de su constante acaparar de destinos y prebendas para su dilatada parentela, verdadera tribu bíblica; se habla de su cuquería, de su cazurronería, que ha dado motivo para que se defina nuestro temperamento según los moldes de unas definitivos mandrias con toneladas de hipocresías y arrobas de piadosa y calculadora cautela. Tal es la política de los políticos gallegos: ni siquiera — ya que la observación del estado en que se halla el pais no los mueve, — ni siquiera experimentan el rubor de ver como frente á ellos, y mientras en voz baja cuchichean de escaño á escaño como viejas comadres, acerca de las miserias y rivalidades del feudo, se levantan unos hombres, (que les dicen ariscos y antipáticos), quienes con el recio y áspero tonillo del acento regional, plantean ante el gobierno y la nación todos los problemas que á su pais interesan, buscan la solución y acuden á todos los medios para lograr que se les haga justicia. Para eso, comienzan llamándose diputados catalanes; no son cuneros; no aspiran á emular á Riestra, ni á D. Eugenio en sus trapisond xs de bajo vientre, y sucede asi que cuando el gobier no — como ahora acmteció — necesita del voto de los diputados, estos verdaderos, aca-so únicos, dif litados, aprovechan el momento para ajtístdrsus votos por el precio alzado de una ley que favo — rezca á su pais. Nuestros diputados cotizan los suyos, no en plena sesión, ni ante el pais, sinó en la intimidad de los despachos oficiales, por el vilipendio de misera credencial, ó la sanción gubernativa de un chanchullo de uno de sus asalariados electoreros. Don Eugenio ha intentado dimitir su cargo de Presidente del Senado, porque