EL ECO DE GALICIA bondadoso, enérgico é indomable. Director mió en El Magisterio Gallego, hace ya catorce años; protector mió entonces y después, pude estudiarle á fondo y puedo decir de él lo que Edgar Poé decía de aquel cuerdo caballero del "Escarabajo de Oro": Es lo comprensible de la verdad. No quiero enaltecer sus méritos y menos relatar sus sei vicios porque ofendería su indiscutible modestia; pero séame permitido dedicarle, desde lo más oculto de estos campos de Cuba, este sencillo boceto. Aquí, solo, sin más música que la de los chubascos, más avanzada que el mar ni otro refugio que los espesos bosques dónde se guarecen los enemigos de la pátria amada, séame permitido emplear los momentos de tranquilidad en evocar los recuerdos de mi pasado y hablar de aquellas personas con las que en otro tiempo he vivido en familia. E. Nuñez Sarmiento. wronÍG|ttifíau Como ahora todo el mundo se considera con derecho á emitir juicio sobre la conveniencia de prolongar ó acortar el actual estado de cosas, me pareció conveniente montar en un coche — que ya no pesetero, gracias á mi buen amigo el Marqués de Estéban, que en estos calamitosos tiempos autoriza la subida de las tarifas de carruages — y dirigirme á casa del Excmo. Sr. D. Onofre Buendia y Pérez de Guzman, propietario de ciento y pico de casas, de tres magníficos ingenios de fabricar azúcar — además del naturalque Diosle ha dadoalnacer — y uno de los principales accionistas del Banco, de Cárdenas y Jácaro, del Urbano y demás sociedades anónimas de la Habana y sus alrededores. Eso hice ayer, á poco de oscurecer, sin miedo alguno á los globos con que sueña la imaginación de los bellacos y de los picaros ni á la'tiniebla medio-eval en que nos tiene envueltos la compañía de gas americana, apesar de que cobra hoy diez veces más su ¿fluido? que hace dos años. — ¿Está D. Onofre? — pregunté al portero, un gallego de Ordenes más fiel que un perro y más honrado que un santo. — Para V. siempre — me contestó sonriente — suba, que tomando el fresco en el mirador lo encontrará. Subí, en efecto, la amplia y regia escalera de mármol; atravesé varios corredores y galerías; volví á empinarme por otra más estrecha escalerilla de caoba y llegué al mirador, en la azotea, en donde estaba D. Onofre saboreando su gran taza de café cargado y un rico tabaco de los Albertos de Murías. — ¿Cómo tanto bueno por aquí? dijo al verme. — A saludarle, Sr. D. Onofre — le contesté — y á tener el gusto de charlar un rato de las cosas de actualidad. —Hombre, cuanto me alegro; precisamente en ello estaba pensando y echaba de menos una persona discreta con quien hablar — replicó D. Onofre. — Gracias por el favor. — Déjese V. de tonterías: bien sabe que le conozco y que sé apreciar sus cualidades. Me incliné; y D. Onofre después de servirme una taza del líquido delicioso que él toma con exceso tal vez perjudicial y de obligarme á encender uno de sus Albertos, me habló de esta manera. — Es V. uno de los pocos hombres que conocen mi situación y que se puede vanagloriar de conocer mis intenciones; sería, por tanto, inútil tratar de disimular mis impresiones de estos días y de ocultar la zozobra y el disgusto que me mortifican. — ¿Está V. realmente disgustado? — Si que lo estoy y á mis optimismos de los pasados días ha sucedido un grande y aniquilador desaliento. — Pues que, ¿ha perdido V. la confianza en el vigor, en las energías y en el patriotismo español? ¿la virtud de nuestra causa sacratísima ha sufrido algo? — Cá — hombre — ni por asomos: creo más que nunca en el patriotismo de los nuestros, en el valor que caracteriza á nuestro pueblo, en la firmeza de nuestro carácter, en la abnegación incomparable de nuestro ejército, y la causa que defendemos, después de los cruentos sacrificios realizados es más santa, y más sublime, y más pura que nunca. — ¿Qué conturba, entonces, su espíritu? — ¿Qué? — gritó exaltado — que no se nos permita morir. Mi fortuna, mi persona, las de mis hijos, cuanto amo y quiero todo lo he ofrecido á la pátria y de ella es y no mío, y mi mayor anhelo consiste en que de todo disponga y antes que aceptar una solución que no sea la de la reintegración más absoluta de nuestro derecho perturbado, desconocido y hollado, todo á escombros lo reduzca. Cree V. — continuo cada vez más exaltado — que puede admitirse, sin perder la razón, que el medio en que se ha vivido durante tantos años, al cual se han sometido todas las inclinaciones y todas las conveniencias y acomodos, que contituye una necesidad y forma un hecho consumado, se transforme, cambie y modifique de tal modo y en tal manera que no lo conozcamos ni entendamos los que lo hemos visto brotar? Imposible: vale más sucumbir; es preferible renunciar á este café delicioso — y arrojó al suelo la tacilla — y á este cigarro esquisito — y lanzó lejos de sí el tabaco — y á esta brisa dulce que tonifica la sangre encendida — y la espantó con sus manos — y morir de una vez y para siempre, que conformarse á lo que no sea conservar lo nuestro, religión, idioma, costumbres, fisonomía, color, incluso mala educación. Que se guarden sus progresos los que los usan para asesinar impunemente y sin riesgo de ninguna clase, que se coman sus riquezas los que las emplean en máquinas infernales para destruir á los que no podrían vencer en combate igual y equilibrado; nosotros tenemos cultura y civilización de sobra y vivimos admirablemente con nuestras perras chicas, que convertimos, cuando es necesario, en dorados centenes. Nada nos hace falta del extrangero que nosotros no podamos proporcionarnos. Hagámos nuestro hogar, nuestra familia, nuestra ciudad, nuestro gran núcleo y consolidemos la gran pátria hispana, de que tan orgullosos podemos mostrarnos, apesar de las crueles injusticias del destino; perdonémosnos, los que somos una misma raza y más ó menos caliente tenemos una propia sangre los mútuos agravios, persuadidos de que tanto el interés como la simpatía nos encaminan á la unión y. . . . fuera el extrangero. D. Onofre al llegar á esta parte de su violenta peroración estaba rojo, se le habían hinchado las venas del cuello, respiraba con visible dificultad y parecía próximo á la congestión. — Cálmese V., D. Onofre — dije — nada malo habrá de pasar. Tenemos quien vele piadoso por el honor de la nación y no es posible que haya un español que no prefiera la muerte á la vergüenza. Téngalo por cierto; ni los presidiarios, ni los renegados, ni aun los desertores de nuestros hogares aceptarían sin protesta una situación humillante. Sufriremos reveses; tendremos jornadas de sangre; veremos arder nuestras viviendas y convertirse en polvo lo que formaba nuestro "dulce retiro;" caeremos muchos en el camino y á la conclusión quizás no podamos conversar V. y yo como en estos momentos; pero lo que auguran los infames y desean los cobardes y los "bien hallados" con todas las situaciones si les respetan sus goces inmundos y asquerosos, eso, créalo V. D. Onofre, no se realizará. España perece pero no se dá. Los españoles se hacen matar pero no son esclavos. Recuerde V. de donde procedemos y que antecedentes informan nuestra historia y comprenderá que por mucho que hayamos perdido de aquellos bríos del siglo XV, que nos hicieron dueños del mundo, siempre somos capaces de obligar á nuestros enemigos á que. sobre las ruinas de la pátria escriban: aquí fué España. — Dios le oiga áV. — repuso D. Onofre, que se limpiaba el sudor que cubría su rostro y agitaba convulso en su ancho sillón de mimbres — Dios permita que así sea y que nuestra noble, y heroica, y santa, y virtuosa, y caritativa, y cristiana España, dé un ejemplo de elevada moral en este fin de siglo canallesco y de la más vil factura á todo el universo mun ■ do, enseñándole que tiene en más el honor que los bienes materiales. — Lo dará, D. Onofre, lo dará — repliqué yo; y como se iba haciendo un poco tarde me despedí de mi amigo, deseándole una buena noche y vine á casa á recoger en el papel las impresiones de tan conspicuo señor. Y ahí van por si tienen alguna miga y encuentran algún eco y alguien las quiere tomar en cuenta. Que no sucederá; por que en estos tiempos la omnisciencia de los más aplasta el razonamiento lógico de los menos. Como que impera la ley brutal de las mayorías; que nadie me convencerá de que no es, en la mayor parte de los casos, la ley de los malvados, de los picaros y de los aventureros. ** Un filósofo ha dicho: — ^Tapa los ojos á la justicia y comete toda clase de crímenes. Ninguno te será reprochado."— Otro ha agregado: — "Se bastante fuerte y poderoso para aherrojar la ley y entra tranquilo en el camino de los abusos y de los atropellos. Todos dirán que es justo lo que tu haces." * Los moralistas cursis y de una erudición empalagosa citan los tiempos antiguos como periodos horribles en que la vida era difícil y la personalidad humana se encontraba en la más repugnante abyección. Y sin embargo los hombres vivían — ejemplo Matusalén — novecientos años y Troya se dejaba destruir por conservar una mujer — la bella Elena robada por París al cruel y odioso Menelao. Hoy, que tanto hemos progresado y tenemos ferrocarriles, globos y cocinas económicas. ^ bien económicas ¿quién vive cien años? ¿qué ciudad se deja sacrificar no por una sino por mil mujeres? Qué tiempos valían más ¿aquellos ó estos? * La indiferencia es la característica de nuestra época. Y no es de buen tono demostrar entusiasmos, ni alegrías, ni tristezas, ni dolores. Hay que fingir siempre frialdad, desden, posesión del yo, desaprensión; en una palabra, indiferencia. Solo matando las sanas expansiones del alma y los legítimos desahogos del corazón es uno hombre correcto. Y con estas ideas caminan á la resolución de los grandes problemas de la vida las presentes generaciones. ¿En qué abismos caerán? * * Solo hay una justicia cierta; la que no firma nómina. Solo hay una ley positiva; la que cae sobre el pequeño y el desamparado. ¡Que noblemente acaba el gran siglo XIX! P. Layo.