— Pues aquí estoy yo para defenderla á usted. — No importa. ... Tenga usted paciencia, Abelardo. — Pues dígame usted al menos que me quiere En voz baja, para que no lo oiga nadie más que mi corazón .... — Bueno, sí, le quiero á usted — ¡Júralo! — !Lo juro! — Ahora un beso en mis labios, que son el evangelio Vamos...., Nadie puede vernos..... La modista dirigió una mirada furtiva en torno suyo, y luego, frunciendo con graciosa contración sus labios frescos y encendidos, los acercó á los de su interlocutor....,.; pero no pudo realizar su intento:, algo corao un relámpago brilla entre ios dos, se oyó un grito, y la perjura rodó por tierra como paloma herida, con su blanco vestido de percal teñido de sangre.... — ¿Por qué ha matado usted á esa mujer? — preguntó el juez á Perico, que lleno de estupor contemplaba con terrible fijeza el cadáver de su novia. V. Perico se repitió la pregunta á sí mismo. Se acordó de su madre, cuyo único sostén era; de sus hermanos, á quienes adoraba; de aquella mujer á quien amoba con idolatía ... El era bueno, noble, generoso ¿Por qué había matado á ¡aquella mujer? Buscó en su pecho el rencor, el despecho, la perversidad, algo ruin que, según todos, debia de haber guiado su mano homicida, y no lo encontró .... No; él no era un criminal, y alzando la frente con arrogancia, dijo al que le interrogaba; — Porquu la quería con toda mí alma. EMILIO FERNANDEZ VA AHONDE DE PARIS I Ene! pais del condenado.— Lo que dijo e! príncipe Hoenlohe. ¿Cómo, por qué serie de incidentes el vicepresidente del Senado francés, Mr. Scheurer Kestner, ha venido á ~er el campeón de la inocencia de Dreyfus? Esta es la pregunta que el público se formula desde los comienzos de la revisión del proceso, Y no es ciertamente esta una de las páginas menos curiosas é interesantes del drama que se desarrolla en estos momentos. Mr. Sheurer Kestner, es de Thann, donde tiene una fábrica de productos químicos . Los Dreyfus son de Mulhouse, donde tienen una fábrica de tejidos. Como las dos industrias no tienen ninguna clase de relación entre sí, las dos familias no se conocían . Solo que Mr. Scheurer-Kestner no podía ir una sola vea á Alsacia sin qir á su alrededor la fuerte agitación promovida por la cuestión Dreyfus. En Mulhouse nadie ha creido jamás en la culpabilidad del excapitán Dreyfus. Esta impresión no descansaba sobre ningún argumento de hecho, sobre ninguna prueba material. Era motivada por un noble sentimiento, porque apareció como cruel y humillante para los alsacianos que uno de ellos, que un hombre á quien habían conocido y tratado y cuya familia era una antigua y honrad'sima fa ■ milia del pais, pudiera resultar culpable de un delito monstruoso. La obsesión era tal, que dos vecinos de Mulhouse tomaron un día una iniciativa que parecía rara y extraordinaria, aún tratándose de un asunto extraordinario y raro en si mismo. Con una ingenuidad no exenta de valentía, escribieron al gran canciller del imperio alemán, al príncipe de Hohenlohe, para preguntarle— la cosa parecería inverosímil si no fuera verdadera—si el. emperador de Alemania no podría como hombre, no en clase de emperador, aportar su testimonio en el proceso. Los firmantes de la carta hacían valer para eycusar sugestión, el interés patriótico que encerraba para los alsacianos, para los compatriotas mas directos de Dreyfus, el poder formar una opinión definitiva, el saber de una manera cierta, indudable, si el excapit xn era culpable ó inocente. La respuesta del príncipe de Hohenlohe no se hizo esperar. í ocos dias después llegaba á manos de uno de los firmantes de la carta. La respuesta del gran canciller venía á decir en substancia lu siguiente: 1.0 Que rendía homenaje á los sentimientos que habían guiado á los autores de la carta . 2.0 Que desde los comienzos del proceso, el gobierno alemán había hecho saber ofictalmente al gobierno Jrancés que nt de cerca m de keios, ni en ningún tiempo, había iemdo r elaciones directas ut indirectas* con Dreyjus . 3.0 Que á pesar de su convicción, y desde el momento en que un Conse o de guerra, con arreglo á las leyes francesas habia condenado á Dreyfus. el gobierno alemán no tenía por qué mezclarse en el asunto, fiel observador délas conveniencias internacionales. Esta contestación no resolvió nada. Las incertidurnbres de los habitantes de Mulhouse aumentaron . Unos insistían en que era prueba de la inociencia de Dreyfus la declaración hecha por el gobierno alemán al entablarse el proceso. Otros pretendían que la comunicación del príncipe de Hohenlohe no tenía otro valor que el de ana respuesta dip!omática,de la que era imposible sacar ninguna conclusión . Mr. Scheurer Kestner era de estos últimos. Creía firmemente en la culpabilidad del excapitan I )reyfus, y en las reuniones de sus compatriotas sostenía que era imposible que el Consejo de guerra se hubiera equivocado y no hubiera condenado sino tuviera pruebas concluyentes, irrebatibles. Una sola cosa turbaba las firmes convicciones del honorable senador, y era que él se formulaba la misma pregunta que todos se hacían á la conclusión de estas polémicas: —¿Por qué Dreyfus, que era rico, que íUO necesitaba vender secretos para gozar de uns desahogada posición, había cometido semejantíf traición por precio? ¿Con qué fin? Quince meses después.— Las Irregui^ ridades dei proceso. Un d;a el vicepresidente del Senado supo lo siguiente: La noche misma en que fué condenado Dreyfus, viajaba por la línea del Oeste un periodista. En su mismo vagón iba uno de los vocales del Consejo de Guerra. Este último parecía agitado, nervioso. Conversaba en voz baja con otro oficial, sentado á su lado. El periodista le oyó decir: — ¡Es horrible horrible! Hemos condenado á ese hombre sin pruebas eiertns . Por mi parte, yo no he podido resolverme. . . La gravedad de esas palabras no necesita comentarse. {No existía la unanimidad en la sentencia! Mr . Schurer Kstuer se puso eti empaña para buscar al tal periodista. Llegó á saber su nombre, y trabó relaciones con el. La relación deí accidente era completamente verídica. Solo que lo que lo dicho por el miembro del Consejo de guerra, difería un poco de la primera versión. Lo que -e oyó fué esto: — ¡Deplorable procesol Para obtener la condena ha sido preciso hacer cosas muy irregulares. . . Tara el caso era lo mismo, -.i no más grave. Hao a habido unanimidad, pero se bab'an hecho cosas trreg llares. ¿Y cuales eran éstas? Li ¡Buena planclial A «La Corres|jOndenc¡a Gallega».— ¡Cómo pone á Corbal!— Pruebas en favor nuestro.— Contratista, concejal... y sin gramática —Lluvia de equivocaciones.— ¡Se ha lucido el colega! Al fin se ha convencido La Correspondencia Gallega del triste pape! que estaba representando estos días, defendiendo lo que no tiene defensa posible y ayer se presenta ante nosotros un poco mejor educada, al menos en la apariencia, y sale del atranco en que se hallaba metida, estampando en sus columnas dos simplezas monumentales, con un descaro y una frescura propios tan solo de quienes han tomado el sentido común por alfombra y la opinión pública por montera. Nosotros, como saben los lectores, preguntábamos al periódico de Corbah si Jon Benito solo fué contratista aquellos dias de Agosto del 95. durante 'c. ausencia de su hermuno, ¿por qué y para qué entonces hace aquel señor la significativa salvedad , de que lo era antes de 1 ° de Mayo} Dos veces hicimos muy empeñadamente esta pregunta al desdichado colega conservador y otras tantas enredó el asunto como pudo á fin de eludir la respuesta categórica; pero ayer, al fin, ya con el agua al cuello, contesta desatinadamente, como se lo permitían las difíciles circunstancias á que lo teníamos reducido. Asómbrense ustedes de la lógica del colega y del brete en que coloca al señor Corbal. La Correspondencia dice que D Benito consignaba eso del i .0 de Mayo para recordar á los obreros que ya en aquella fecha había tenido ciertas transigencias con ellos! . . . UPero colega ¿V. crée que estí hablando para la China? ¿Se hacen V". y el Sr. GJ'-bal la ilusión de que vamos á comulgar con esa rueda de molino? Si D. Benito quisiera en su comunicado recordar á los trabajadores esas condescencias que con ellos tuvo, lo haría de otra manera, de la única manera quepuevlen y deben hacerse esas cosa*; pero no diría f . . . por tratarse de las ooras del Hospital y Puente de la Barca de. que soy contratista mt^S de / .° de Mayo.) ¿Qué análoga tiene est^ afinnacián con esa inocente consecuenoia que trae á cuento el periódico de Corbal? ¿O es que no podía La Correspondencia salir por la puerta y quiso hacerlo por la ventana? Pero algo más y muy importante se desprende de esa disculpa majadera de! colega. Por que ahora resulta que don Benito no fué contratista solamente aquellos dias de Agosto, sino que lo h* sidq Jambién antes de 1 0 de Mayo porque en esta feci-j?, según La Correspondencia, tuvo también' aqu®! gafíor otras transigencias con los obreros ¿Cómo deshace este lio L& Correspon deucia? Nos tememos que el colega venga diciendo otra vez que tambiin antes de 1.0 de Mayo estaba ausente el hermano de D. Benito. Y entonces resultará que este señor ha sido concejal y contratista en Agos^g del 95 y antes de 1 .0 de Mayo, singue sepanjQs cuando empie a ni cuando acaba esa tutenmdfycl . Pero aún hay más. L% Corresponda cía Gallega, segán hemos demostrado ya, llamó también contratistd,, por cuenta prcjpi^ 4 D. Benito Corbal. Y esto fué, según ella dicje ayer, participando del mismo error en que habían incurrido los obreros, sobre quienes echa ei puerto ahora La Correspondencia, como si ellos tuvieran la culpa ce estos conflictos es Caudalosos . Pero la cosa no peg4 ai coa cola, apreciable cofrade. ¿Cómo vá á pegar? ta Corresponden cía G üUga sabía perfectamente "que don Benito Corbal era en aquella época concejal del Ayuntamiento. Y si lo sabía ¿cómo iba á incurrir en el error que ella dice, de llamar á aquel señor contratista de obras municipales? ¿O es que La Co- rrespondencia conoce soU, 1 torro? Pemla nota cómica de este atolondramiento que domin ' turada Correspondencia e«f zo2Qbra y de dero á que esta sujeto, no ^ mente a quien echar la culDa COr*V ^ del Sr. Corbal y del U | misma formo e T su torno ^ 1 A nosotros nos dice que f obreros quienes incurrieron en 1 a 'o cación d3 llamar contratista á D ^\ y más abajo, contestando á / ^ Republicana, se atreve á poner los conocimientos gramat cales S Corbal (¡valor se . necesita!) aseT^ que éste ha cometido una imnrrv-^^ Serio La Correspondencia^ pero bu^ ^ pués de ridiculizarlo bajo todos11!0 ^ ceptos, se atreve ahora á decir z\¿% ^A blicaraente que no sabe gramática Apropie], lenguaje al ijamarse contratista si ¡Pobre D. Benito! ¡Basao lo ^ rá de oir á D. Benito, después de '"l ' sta acusación del colega conserva?!" Quedamos, pues, en que teníamos ^ bía cargos desempeñado simultáneamente 1 •s de concejal y contratista. U J0s sobradísima al suponer que D. Benit T1 ! los ma Correstf jndencia no ti«np \Z. ni's' mente en coníesarlo, puesto que s r ella, no solo en Agosto del 95 sino^0 bien antes de 1° de Mayo , ya D. B^" entendía en las obVasi del Puente de? Barca y del Hospital. 1 De donde resulta que el periódico con servador agravó más de lo que estaba ti asunto y ha colocado á D. Benito en situación más comprometida. Y respecto á que ha sido una equivocación eso de liamar contratista á aquel señor., ¡á Guaiquier hora va el publico á tragarse el anzuelo! Por que es gracioso, pero graciosisitno, eso de las equivocaciones que supone el colega . Aquí, según él, se equivocaron los obreros llamando contratista á D. Benito, sin serlo. Se equivocó La Correspondencia Gallega al llamárselo repetidas veces en sus columnas. ¡Cuánta equivocación! Nos equivocamos nosotros al suponerlo, Se equivocó el público en general. Se equivocaron las sociedades obreras al dirigirse á D. Benito, haniendo reclamaciones, como lo hicieron algunas veces sin protesta de aquél. Y por último, ¡la equivocación más garrafáü ¡El mismísimo D Benito se equivocó llamándose publicamente, desde un periódico, contratista del Hospital! ' Se dan equivocaciones ., é impropiedades de lenguaje. Desde hoy Ijb damos el título de rna?s' tra en planchas á La Correspondencia m No todos los grandes hombres que han existido hat] sido hombres grandes, CQIBO lo demuestra una estadística V$®m por una revista inglesa. Dicha revista clasifica los grandes hom* bres en tallas; alta, regular y mediana. Ejemplos de la primera; . Pedro el Grande (que justifica su SOD nombre), 2,05 metros. Tackeray, Jorge Wáshigton, 1,90- Linc0oln;^!.ivle( Darwin,i( 85. Walter Scot, 1. 83. ^ ' 1,80 Cromwell, 1,78. Alejandro^ (hij0)' 1'78- 4 Li. fesíng. Siguen luego Gceth, Schilier, ^ Schopenhaüer, Cristóbal Colón, (jum el Taciturno. Mirabeau, R^y'ijo Cé'purguenieff, Bismarck, .M.ol$fe%-¿j¿ ¿jg. sar, Caríomagnq, el emperador 0^'^ manía Guillermo ly Santo ^ Aquino. !la cegU' En la segunda, ó sea en la tan lar: Lord 13eaconsfi.e'd, i.75- Garlos pie- kens, 175. Bulwer, 1 75 • . ^ 7o"U0^ 1,74. Gladstone, 1,73- Voltaire, W ' Welligton, ijo'.EmÜlo 2óla, ^ e3tata^ Y siguen ¡uego en orden g^riCamOens, Chopin, D.iHte^ig^ £,,¡¿0 que Heine, Linneo? ivíarun 5 'a ^lejar de Maupassant, SpitiQ^, 'áe As'5' droel Grande, San Frcincisco Newton y Edgardo Poe. Ia ^edi»' En la tercera, ó sea en ¡f ^ na, están incluidos lo? siguian^