ítíSríc ^3 AEOI; 1. —^—- ^^tlvA^v ¦J'^.-iát^v ¦•:>. -j<í^- Pontevedra S de^Üclubre de 1898 rN, :. ¦:-h . il K¿m.20, + ¦ . ' ¦ 1 1 . , ^ \r. . 1 ií ; f RÍCfOS D£ «USCRIPCIÓN lEnt Pon'.offeitra^ un mes 0^50 npAí^etaB.En tola España, (r¡- PA..A-L03 \S0C1AD03 íÜi Un mes Ü'25 céntimos. N.úmero siieUo 10. t:'i .-L,!.Mj¡ ¦ V - .1 I ¦ ¦ ' ' .^ PUNTOS DE akJBCRlP<;i4ll «sLü ol-jí^to sediríji 4al Ad- ministrndor de El Obrkro, íullod--^ Mí- cheJenu, S. JsHÜol fT.tiúm. 1&, Se publio I lol'ks !o5 UiQ ¦*, Org"ano de la (cAsociaolón I*roteotora del Obre ro» IDXIíEOT'OiXS: E50c3-:H3X^XO X-íOX3 í [ * ¦ • t • • • ¦ .' ^ ¦"' i- Maria fué la constante ambición de mi existencia. Niño aún, cuando la conocí, sus miradas quedaron án mi alma comb.quedan en los viejos el recuerdo déla primera infancia* í Su onduloso cabello negro, tan negro como- la conciencia del malvado y sus ojoá grandes, tan grandes como mis deseos por su amor, eran lo más hermosamente bello de aquel rostro expresivo, k veces irradiando en ól venturas presentidas, á yec63 triste como, fior agostada, Ko había en au cuerpo gallardo nada que inspirara los placeres del sensualismo, habla que amarla de distinto modo del que yo la amaba, para ver en cUá otra ctísa que un ser. ideal, que ttn ángeL Poco pronunciadas las curvas del busto/ sino fuera' por su esbeltez parücgria uii'buerpó enfermo; anémico, con ida tubérculos en loa pulmones y sin glóbulos rojoa en la sangre. ''Pero no era así, Maria tenía un organismo bieü eqaiUbrado, no tenia maa que un defecto; que no era ynlgar. Aquella mujer sentia y pensaba, este era el jpeor mal de los males para su padre que no veía la vida máa que por el cristal de la materia. Mucho dinero, buena comida, plíiceres hasta que el cuerpo so rinda y caiga. ¿Arte? Pamplinas. Ni la música ni la pintura ni la poesía son necesarias á la vida. Por eso él quería casar á, su hija con hombre rico, porque pensar que el dinero no da la felicidad es pensar enla-s batuecas: _ .,¦ :. María pensaba de distinto modo. Las comodidades de su espléndido hogar,, ^éran fastidiosa?/ los exquisitos manjares servidos para saciar la voracidad del padre, le resultaban .insípidos, indigestos. Y miHntrosella cómia, el padre se saciaba. Cuanta^ veces al salir ésto ella en snboñdóir se entregó do lleno, á sus. sueños de amt)r, k sus ambiciones de íeliéidad, pensando acaso en el esposo amante que coa ell^ besaba la'angelícal cabeza de su hijo. Aquellas colgaduras, y tapices, estatuas y cuadros que allí amontonó, más que el buen gusto, el atan de lujo de su padre, le eran indate^ rentes, despreciables; el alma de aquella mujer sentía la nostalgia del amor, Y cuando pensaba, ú mejor soñaba, que sus anhelos habían de realizarse; su rostro era alegre, sus ojos adquirían una vivacidad nada común, y entonces, cantaba. recitaba versos y saltaba como colegiala en la hora del recreo. En esa época de crisi:^ conocí, á María, fué ,esto lo bastanto para en- tenderíius, para completarnos. ¡Que horas tan felices las que pasé k su lado! Cuantas promesas de felicidad y de eterno amor! Cuantos castillos de naipes que bien pronto yinieron al suelo! Elpadrede María logró su propósito. Casé á su hija con hornbre rico, muy rico, pero pofarísimo de e.spírítu. Sin instrucción, sin edu^ cacióu moral,, sabía solo rendir mujeres por dinero que más tarde lo. rendían á éh ' Guando supe que María,' mi ídolo, la más grande aspiración de mi vida, la esperanza que mn alentaba, la luz que cubría de resplandores mi camino, .se casaba, no sú que pasó por mí. Asi como en, la vida material sentimos las ansias del alma citando el alma anhela, y escachamos sus quejidos que repercuten en el corazón para ahogarnos, y pensamos en , esa otra vida tan superior k la de la materia sin nervios que provocan las convulsiones ni sangre que nos líeva & los arrebatos, así en la vida del hombre hay sentimientos que no pueden descubrirse. Lo pensé, todo, hasta en el crimen pensé, ¡Ah! Pero vencí. Me aparté de la níiseria, del lodo, y me refugié en mi espíritu. ¡Que noche la de María la noche antes de su boda! ¡Y que noche la mía la de sa matrimonio! I . II No la vi en muclio tiempo, ni quería verla, pero mi pensamiento esteba en ella fl)o; fué !a sombra de mi cuerpo, la pesadilla de mí alma- Una tarde de Diciembre en que el sol compadecido de los hombres deshizo la nieve deápués de rasgar, las nubes plomizas que se estendían sobre Madrid, la encontré en la .calle de Alcalá envuelta ^n el torbellino de perdonas que, como afanosas hormigas cruzaban en todas direcciones, y so apiñaban, se extrujabañformando aquella masa una impenetrable muralla humana. De allí salió María, de aquel montón de carne. No era ya la figura espiritual de otroí^ tiempos. . u pecho exhuberante describía la curva enmmdradora d^ tudas las pasiones, y al acercarse á mí, con paso firme y desenvuelto me hizo pensar en músculos de hierro bien templado. Aquella palidez mate había desaparecido de sus mejillas para tornarse en el rosa encendido de la rosa. Aquella no era la María que amó con todos los pudores de la infancia, aquella no era mi María, era., una mujer. Al hablarme, la miró con estupefacción. Mí marido está de caza, me dijo, vente á comer conmigo esta noche, tenemos que hablar, ahora voy de prisa. Y se alejó- Yo la seguí con la mirada, rugiendo en mi pecho algo aF(ícomo el espíritu de la Venganza. Llegó la noche. Entró en su casa con el mismo miedo con que entra el ladrón en el cercado ageno. Su espléndida morada inundaba de luz parecíame uno de aquellos palacios encantados de que nos habla "ias mil y una noches.-' — Me han acostumbrado á ser vulgar, me dijo María sentándose muy cerca de mí; no se si soy res- ponsablcí pero ni siquiera he tratado de averiguarlo. —Si yo fuera, repuse, más descontentadizo, no seria dichoso en estos instantes. — Luego eres dichoso? —Si. Era mentira mi afirmación. ¡Quien soñando en el cielo puede «er feliz viviendo en el lodo! III Salí de aquella casa cuando el sol de Diciembre templaba la atmósfera fría y cuando la escarcha deshacíase humedeciendo las calles por las que resbalaban peligrosamente los cascos de las caballerías. Meditando en no sé que, con la vista fija en un punto sin ver nada, en pió é inmóvil, me sorprendió un amigo muy querido, médico, y encargado en el hospital de la Princesa de la sala de enfermedades nerviosas. —Acompáñeme Ud. me dijo, voy k colgar k uno, es un espectáculo para Ud. enteramente nuevo. —Vamos, dije, de igual manera que hubiera podido decir que no. Ya en el hospital, pregunté á mi amigo para que servia aquella máquina eléctrica, cuyos dos conductores aplícanse á la paite enferma, lof^rando que el paciente dé cada salto JigQo de un saltamontes. Pero lo que más me impresionó, lo que me hizo temblar de horror, fué mirar a.\col